Cuando llueve a cántaros

Con los crecientes impactos de los nuevos patrones de lluvias, la naturaleza y la realidad que nos circunda parece decirnos que debemos evaluar y adaptar nuevas propuestas unidas al comportamiento de nuestros habitantes para salir airosos de las consecuentes socavaciones, diques artificiales, derrumbes y hasta deslaves que de ellos se derivan.

Es común observar que con estos nuevos patrones de lluvia caracterizadas por ser caudalosas, estacionarias y por largos períodos de tiempo, las canalizaciones de las quebradas colapsan, haciéndose insuficientes o inoperativas cuando están taponeadas con sedimentos, restos vegetales, objetos de gran tamaño y basura. Cuando esto sucede, se desarrolla una gran ola de agua con mucha fuerza que termina arrastrando y socavando todo lo que está a su paso, generando el colapso.

También es común observar que se abordan soluciones sin tomar en cuenta el sistema completo del curso de agua: tratando secciones de forma intermitente, desviando el curso normal del cauce y obviando la transición entre el agua y la tierra, por lo que terminan no siendo soluciones sino el problema en sí. Cuando el plano humano y de ocupación del territorio se superpone a esta realidad entones se potencian los riesgos, especialmente en las áreas de inundación de los cuerpos de agua y en las zonas de transición entre el agua y la tierra, conocidas en ecología como ecotonos.

Los cambios de uso de los suelos por ocupación urbana y deforestaciones alteran físicamente el cauce de los cuerpos de agua, el régimen hidrológico y la relación del suelo y el agua, repercutiendo de forma inmediata sobre los aportes de agua a los cauces, su distribución a lo largo del año, su calidad, la carga de sedimentos y la erosión.

Cada río, cada quebrada es una fuente de agua que en principio pudiera usarse si está limpia, y que además ofrece valores y recursos indiscutibles. Si se acepta el concepto de desarrollo sostenible, todo proyecto que se ejecute bajo el concepto de sostenibilidad debe seguir las leyes de la naturaleza en lugar de contradecirlas; es decir, los proyectos se deben mantener sin costo adicional en vez de ser los gastos de mantenimiento, rehabilitación y restauración superiores a los de ejecución de los mismos.

Así, surge la disciplina que se conoce como ecología fluvial que, unida a los conceptos de ingeniería hidráulica clásica, imprime el equilibrio deseado a las soluciones generadas e integradas que incluyen la estimación de los impactos producidos por la actuación humana tanto en la geomorfología como en el régimen de caudales y sobre las comunidades.

Existen alternativas de tratamiento a los sistemas fluviales cerrados que funcionan sin taponamientos, con menor roce, respetando la sección transversal de los cauces y sobre todo sin darle la espalda al paisaje, haciendo de su entorno sitios más vivibles, más seguros, con mayor calidad en épocas secas y menos amenazantes en tiempos de lluvias.

Ventajas de la vegetación

La vegetación tiene un papel preponderante en el diseño de estas nuevas soluciones, en la restauración y estabilización de los cauces. Es indiscutible que por sí sola la masa vegetal no es suficiente para mejorar los cauces y que su trabajo debe ser reforzado por soluciones de infraestructura, pero también es cierto que su papel no es exclusivamente cosmético como acompañante agradable de la infraestructura que se plantee, sino que debe ser tomada en cuenta como parte de la estructura.

Dentro de las ventajas de usar la vegetación podemos resaltar que mejora el comportamiento hidrológico de la cuenca; controla la influencia de la cuenca sobre las riberas amortiguando: los daños por erosión, el depósito de sedimentos, los aportes por escorrentías, el almacenamiento de agua, el delineado y estabilización del cauce; y mejora el valor escénico de los espacios.

La vegetación herbácea y la leñosa aumentan la rugosidad del suelo disminuyendo la velocidad de escorrentías y, por ende, el índice de erosión. Este sistema empieza a funcionar cuando la trama que van tejiendo las raíces proporcionan estabilidad al suelo, la vegetación impide que el agua de lluvia golpee sobre el suelo directamente y evita que lo compacte, por su parte, el sistema de raíces mantiene la porosidad y permite la infiltración del agua; cuando el agua es absorbida por la tierra mediante este proceso natural, se evita la erosión. El éxito del ciclo permite al final que las plantas succionen el agua del suelo y la desprendan nuevamente al ambiente como una transpiración; de esa manera se evita la saturación los suelos, el desprendimiento de bloques de suelo, derrumbes, deslaves y subsecuentes taponamientos que en la mayoría de los casos traen consigo irreparables pérdidas humanas, de viviendas o enseres.

Se debe retomar el concepto ecológico y legal de “banda protectora de un cauce”, banda que debe ser ocupada exclusivamente por la vegetación apropiada para garantizar la estabilidad de las orillas, evitar ocupaciones riesgosas, garantizar accesos para mantenimiento o restauraciones periódicas y prevenir riesgos innecesarios. El establecimiento de estas bandas se ha extendido mundialmente como una buena práctica habitual destacándose su uso en numerosos países Europeos y de América del Norte (Petersen y otros, 1992).

La protección y uso de la vegetación se hace imprescindible cuando se valora y se trata de la preservación de vidas humanas.

Fuente: Evelyn Pallotta.Bióloga. Ecóloga. Especialista en análisis ambiental.

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